©/2 Antonio Miguel Nogués Pedregal (2002)
Publicado en Información, 18 de noviembre de 2002
La antropología, en tanto que disciplina humanística del conocer, es un modo comprensivo de acercarse al mundo. Y el mundo es, como ya apuntara Wittgenstein, todo lo que acontece. Desde esta premisa, la antropología indaga en la diversidad de los grupos humanos abordando, como un conjunto, las esferas de la vida social de los grupos, las manifestaciones expresivas y racionales, los modos de relación social, los decires y haceres, abordando en fin, todo ese compendio de prácticas sociales, contextos, realidades y hechos que dan sentido al proceso de la vida en sociedad. A ese conjunto de esferas, manifestaciones, modos, decires, haceres, circunstancias y contextos es a lo que denominamos cultura. Además la cultura es un producto histórico, y como tal, en cada contexto histórico han prevalecido y prevalecen unas determinadas maneras de articular el conjunto. Por tanto es lícito afirmar que, sin pretenciosidad alguna pero tampoco sin rubor, la antropología estudia la cultura en todo tiempo y lugar, es decir, las culturas.
Esta ambiciosa propuesta entra a menudo en conflicto con el modo cotidiano de entender la realidad y, por tanto, con el papel que se espera (debe ser) que desempeñe la antropología en esta sociedad de la utilidad en la que vivimos. Este conflicto entre modos de construir la realidad no es consecuencia de esa crisis de identidad cíclica que caracteriza a la antropología desde sus inicios. Tampoco es porque sus explicaciones de corte moral o llamamientos a la comprensión cultural choquen con la realidad social hegemónica, ni tampoco porque constantemente surjan divisiones y subdivisiones en su seno (como escribiera Eric Wolf). Considero que la razón principal es que la antropología no ha encontrado aún unos sólidos cimientos desde los que defenderse de la impuesta instrumentalidad como recurso social que se le impone desde los principios de eficacia y utilidad.
Veamos el porqué de esta inestable base y analicemos qué papel puede desempeñar la antropología en la sociedad actual. El motivo principal nace del largo proceso de maduración al que, por principio, se debe someter la práctica de la antropología. En este largo proceso es habitual que se adelanten unas explicaciones sobre las razones que sostienen una determinada acción social. En este punto es donde debemos diferenciar entre la explicación de las razones y la justificación de esas mismas razones que, consecuentemente, se convierten en motivos. Es una delgada línea que no debería franquearse. El antropólogo no debería motivar las actitudes, los comportamientos, las actuaciones o las manifestaciones que explica, ya que la justificación pertenece al plano de los valores morales y, como tal, no posee un contenido de naturaleza cognoscitiva válido.
Esta deseable ausencia de justificaciones no significa en absoluto que el antropólogo no pueda expresar su opinión. Más bien al contrario. Precisamente por su acercamiento comprensivo a la complejidad de los contextos culturales tiene la obligación moral de manifestarla pública y abiertamente. Lo que planteo desde estas líneas son mis dudas sobre lo adecuado de realizar justificaciones basadas en una etnografía al objeto de mostrar que la antropología se adecua a las necesidades de utilidad requeridas por la sociedad. Dicho de otra forma, lo que cuestiono es lo acertado de emplear los datos etnográficos fuera de su contexto para justificar tal o cual acción con el propósito de asegurarse los requisitos de financiabilidad exigidos por la rentabilidad.
Entiendo que las opiniones del antropólogo, y muy especialmente éstas que estoy exponiendo, no pertenecen al plano de la antropología como disciplina humanística sino al plano de la argumentación como técnica de convencimiento. Con un uso más o menos acertado de la retórica, cualquier persona puede intentar convencer a otra de los defectos en su planteamiento, de su inadecuada comprensión de los hechos o de la pobre explicación con la que responde ante un determinado fenómeno. Por este motivo, a algunos antropólogos nos gusta diferenciar entre aquellas proposiciones que contribuyen al conocimiento, es decir, aquellas que se fundamentan en y rigen de acuerdo con los principios de la lógica científica, y aquéllas (la absoluta mayoría) que conforman nuestra realidad cotidiana y que, a través de metáforas, giros, guiños, trazos y silencios, expresan emociones y pareceres. Esta diferencia, me atrevería a afirmar con absoluta rotundidad, es básica para entender el papel de crítica que debe desempeñar la antropología en la realidad intercultural que vivimos.
La mayoría de los ciudadanos identifican la labor del antropólogo con aquélla del arqueólogo y el paleontólogo. Con ser cierto en parte para algunas tradiciones académicas como la norteamericana, no es del todo acertada para el caso de la antropología social (etnología) europea. En nuestro entorno, el antropólogo está siendo cada vez más requerido en distintas esferas que, por acortar, reduciré a tres: patrimonio, desarrollo y relaciones con el otro. Dado que siguen muy vigentes todavía las reificaciones historicistas y folklorizantes del patrimonio y las economicistas del desarrollo, en la actualidad se prefieren profesionales con estos sesgos. En consecuencia hoy prevalece la idea del antropólogo social como una especie de ministro de asuntos exteriores cuyos servicios son requeridos para tratar situaciones de relaciones con «el otro» bien sea éste miembro de otra cultura o bien de algún grupo socialmente marginado. El extendido eufemismo de “mediador cultural”, al igual que aquél otro de “experto en patrimonio” o “especialista en desarrollo”, es la respuesta a esa lógica instrumental hegemónica que satisface la necesidad de administrar, también, las relaciones entre culturas o grupos sociales.
Desde estas líneas planteo que la figura del antropólogo, en tanto que “mediador o traductor cultural”, no debe aparecer sólo cuando se constate la existencia de un problema de carácter social o cultural, sino siempre que se trate de cuestiones con un componente cultural. Este matiz implica dos cosas. Primero, que se lleve a cabo desde la propia enseñanza reglada de la disciplina un replanteamiento sobre el papel a desempeñar por los titulados en antropología. Y segundo, concienciar a “las partes contratantes” de que es en las particularidades del trabajo de campo y en la densidad de las descripciones etnográficas donde radica, precisamente, las potencialidades comprensivas y de análisis crítico de la antropología.
Son estos dos matices los que nos deben llevar a subrayar que en una sociedad intercultural no podemos zanjar las cuestiones de la compatibilidad cultural, por ejemplo, recurriendo según el caso a un relativismo cultural excesivamente integrista o a sentenciar que “donde fueres haz lo que vieres”, peligroso precursor de la xenofobia. El respeto a la diferencia que Appadurai y Stenou han denominado muy acertadamente como pluralismo sostenible, no es algo que competa resolver o aclarar a la antropología en tanto que disciplina humanística del conocer, sino al sentido social de los ciudadanos. Para solventar estos “problemas culturales” no se necesitan “mediadores culturales” que elaboren informes o diseñen planes de integración socio-cultural, sino antropólogos que mediante el trabajo de campo aborden la comprensión de las “cuestiones culturales” que producimos en nuestro quehacer cotidiano.
Sé que este planteamiento no es rentable, pero también sé que, afortunadamente, el tiempo administrativo que se exige a la elaboración de informes técnicos ad hoc dista mucho del que se requiere para la comprensión de los procesos culturales. El resto, como hemos visto tras la visita de Jatamí, son simples anécdotas de protocolo.
©/2 es el símbolo de la Ley de compartición de la propiedad intelectual que establece en su artículo primero y único que: «La producción intelectual nace con el propósito de ser compartida y, en consecuencia, puede ser reproducida por cualquier medio siempre que el usufructuario asegure la correcta utilización de la misma, no la comercialice, y mencione su procedencia y autoría».
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