©/2 Antonio Miguel Nogués Pedregal (2005)
En septiembre de 2001 la multinacional Moulinex se declaró en quiebra tras dejar en la calle a más de 4.000 trabajadores; en diciembre la estadounidense Enron despidió a 5.600 personas y presentó un desequilibrio contable de 75 mil millones de euros; a finales de 2003 la empresa italiana Parmalat cerró con una deuda superior a los 11 mil millones de euros arruinando a más de 115.000 pequeños inversores. Tres ejemplos para añadir a la larga lista de escándalos que engrosan el haber de la globalización liberal. Atrapadas en el enfermizo juego de la competitividad, las empresas e industrias tejen un laberinto de mejoras y reestructuración constantes, y ven en la deslocalización la única estrategia comercial para seguir en el juego. Aunque el traslado de la actividad productiva a países con ventajas fiscales y mano de obra en régimen de semi-esclavitud oculta turbias realidades. Veamos algunos casos.
Corea del Sur es un buen ejemplo porque, en poco tiempo, pasó del subdesarrollo a colocarse entre las economías más potentes del Planeta gracias a los bajos costes salariales y a una impulsiva industria del automóvil. Sin embargo, conforme mejoraba su nivel de vida también aumentaban los costes salariales y, por tanto, se favorecía la re-localización masiva de grupos como Samsung, Hyundai o Daewoo hacia países con mano de obra más barata: China. La arribada de Corea al Desarrollo devino en una degradación de las condiciones de trabajo. Así un 61% de los trabajadores tienen empleo parcial, precario o temporal, y los que tienen trabajo fijo están sujetos a la flexibilización y a la deslocalización de sus empresas. Corea del Sur muestra que, en el la rueca donde hilan los poderes globales, las posiciones son siempre relativas.
El caso de Piedras Negras en el estado mexicano de Cohauila, en la frontera con EE.UU., también es ilustrativo. Hasta que en 1935 se instalara allí la industria del acero las recursos económicos provenían de la ganadería y la minería del carbón. En los 50 Piedras Negras alcanzó un buen nivel de empleo y sueldos. Una dinámica clase de obreros del metal y comerciantes generaron servicios y negocios que embellecieron la ciudad con grandes casas y una arquitectura urbana de estilo. Desgraciadamente la crisis de los ochenta obligó al presidente Salinas de Gortari a privatizar la empresa en 1991. Hoy, el imparable declive económico ha transformado la comarca en zona de maquilas, reduciendo el nivel de sus salarios y su importancia económica.
La cara más desagradable de la re-localización es la situación laboral en esos talleres de subcontratación que en Centroamérica se conocen como maquilas. El auge de este sistema de producción data de los años 90 cuando las medidas de ajuste estructural impuestas por el Fondo Monetario Internacional afectaron a la agricultura local y EE.UU. levantó las restricciones a la importación de prendas de la región. Muchas empresas asiáticas se instalaron en la zona aprovechando los beneficios fiscales que ofrecían los gobiernos y los bajos salarios que pagaban los empresarios. La derogación en enero del 2005 del acuerdo que limitaba las exportaciones de textiles no afectará, según la organización patronal de Guatemala (Vestex), a la ventaja competitiva de las maquilas ya que su cercanía al mercado estadounidense asegura la rapidez en la entrega y permite competir con los bajísimos costes salariales de China. Todo pende de un hilo. La excusa de la amenaza china sirve, no obstante, como argumento para flexibilizar aún más la reglamentación laboral y eliminar la presencia sindical en las maquilas elaborando listas negras o recurriendo a las maras (pandillas callejeras). De las 1.212 maquilas que hay en América Central, donde hay unas 375.000 trabajadoras (75% mujeres), solo hay delegaciones sindicales en 45.
Los casos más trágicos se encuentran en Asia. Independiente desde 1971 Bangladesh es uno de los países más pobres de la Tierra debido a la conjunción de una ecología adversa y un pasado de explotación colonial. Gracias a los talleres de confección y a los criaderos de mariscos en regiones como Khulna, en la desembocadura del Ganges, Bangladesh es todo un modelo de liberalización para el Fondo Monetario Internacional. Que el consumo occidental de mariscos anegue las tierras de los campesinos, incremente la salinidad del regadío y provoque miles de muertos por la desaparición de los manglares, no parece ser relevante para las autoridades bengalíes ni para los organismos internacionales. Sin embargo, su ‘prosperidad’ económica también pende de un hilo. A diferencia de lo que ocurre con las maquilas, la derogación del acuerdo multifibras sí obligará a las empresas a extremar aún más unas condiciones laborales que, sin paliativos, son inhumanas: jovencitas trabajando 12 horas diarias, 7 días a la semana por 20 euros al mes, encerradas bajo llave, víctimas de la inseguridad laboral, con la libertad sindical prohibida y, a menudo, violadas por sus jefes. Bellas durmientes, deshilachadas y sumidas en el profundo sueño del huso.
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