©/2 Antonio Miguel Nogués Pedregal (2015)
Publicado en Información el 6 de marzo de 2015
No suelo prodigarme en cuestiones de actualidad política tanto como quisiera pero, con tantas elecciones en tantos órdenes de mi vida, lo cierto es que cada día me resulta más difícil no hacerlo.
Hoy me he lanzado a escribir algunas líneas porque veo –no sin pena– que un proyecto político ilusionante como me resultaba el de Podemos, se despeña por el barranco de la altivez y la prepotencia. Quizás esto sea así porque, para afrontar una batalla electoral tan larga como esta, hay que tener esa clase de solidez que solo la madurez intelectual y política proporcionan. O quizás sea porque, simplemente, Balandier tenía razón cuando habló del advenimiento de la política como espectáculo y simulación, y el «paralogismo de la casta» ha tenido el recorrido que podía tener.
Traigo esto a colación de un artículo en el que un avergonzado votante del PP enumera los infinitos de casos de corrupción y de sinvergüenzas que, transformados por él en fundados motivos políticos, le llevarán a votar a Podemos en las sucesivas convocatorias electorales. No seré yo quien pretenda convencerlo de lo contrario; para nada. Sin embargo, y es lo que me ha traído a escribir, es triste comprobar que el discurso de Podemos y de sus potenciales votantes recurre, de manera cansina, a la dualidad pueblo vs. políticos con un tono justiciero que incomoda. Es una dicotomía falaz que plantea la política como una forma de ajuste de cuentas que, cuanto más reflexiono, más me preocupa porque, por un lado, simplifica en exceso la heterogeneidad social y territorial de España, y, por otro, olvida que el fundamento mismo de la democracia parlamentaria se basa en la necesaria legitimidad de la relación que se establece de manera contractual entre los electores y sus elegidos. No sé cuál de estas dos simplificaciones me inquieta más.
Reducir la heterogeneidad social y territorial de España a una dualidad ab-so-lu-ta-men-te irreal obvia, a propósito, las innumerables esferas de poder que conforman lo cotidiano en un estado plurinacional. Y que sea a propósito me preocupa mucho porque revela un comportamiento, digamos, poco honesto. Tengo la impresión de que tanta centralidad de la teoría de la ciencia política –y tanta preocupación por «la toma del poder» como si este se encontrara localizado en algún sitio que pudiera ser asaltado– les impide ver la naturaleza socio-antropológica de las prácticas cotidianas. Los dirigentes de Podemos deberían re-leer a Foucault –aunque también bastaría con leer los cinco postulados que enumera Deleuze cuando habla de este autor– y estoy seguro que le prestarían más atención en sus formulaciones políticas a esas micro-esferas cotidianas (familia, sexualidad, escuela, centros de trabajo, universidad, etcétera) donde residen las relaciones de poder que constituyen, porque la permean, la sociedad.
Bien es cierto que la reducción al absurdo que hacen en Podemos de la estructura social y territorial de una sociedad tan compleja, étnicamente plural, culturalmente diversa y de ciudadanías multinacionales, me preocupa como científico social y también como ciudadano comprometido por el derecho a la diversidad. De hecho, me resulta difícil desgranar de un discurso envuelto en el justicialismo anti-corrupción, alguna propuesta política distintiva. Muchos estamos esperando algo que distinga a Podemos de la actitud política mantenida por otros partidos que, como IU, llevan décadas enarbolando sin ambages los valores de la izquierda y, sin juegos de palabras ni melismas electorales, explicando sus políticas sociales y económicas y sus medidas frente a la corrupción y el clientelismo con toda claridad –si bien es cierto, de manera muy poco eficaz–.
Por su parte, la segunda simplificación, esa que presenta la relación ciudadano-político como contingente cuando es una relación necesariamente legítima, me aterra como ciudadano libre. Afirmar que los políticos que tenemos son unos sinvergüenzas, sin ninguna profundidad crítica que lleve a cuestionar qué estructuras socio-ideológicas y prácticas cotidianas son las que llevan a los ciudadanos a votar una y otra vez a esos sinvergüenzas, desvela un análisis extremadamente superficial. Un análisis que me induce a pensar que, en Podemos, consideran que son las personas y no las estructuras las que debemos cambiar, y que, sustituyendo a las personas, se habrá hecho justicia y todo se habrá resuelto: «enjuiciado el perro, se acabó la rabia». No sé si esto es ingenuidad infantil o soberbia intelectual. Si lo primero, mal; pero si lo segundo…
©/2 es el símbolo de la Ley de compartición de la propiedad intelectual que establece en su artículo primero y único que: «La producción intelectual nace con el propósito de ser compartida y, en consecuencia, puede ser reproducida por cualquier medio siempre que el usufructuario asegure la correcta utilización de la misma, no la comercialice, y mencione su procedencia y autoría».