Antonio Miguel Nogués Pedregal

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Captura de pantalla de la noticia en eldiario.es

Por algún motivo que no alcanzo a comprender no me lo creía. Un amigo me ha tenido que enviar el enlace de vídeo para que lo comprobase. Sí, efectivamente, allí estaban brazo en alto cantando el Cara al Sol a la salida de la misa de difuntos por los cuarenta años de la muerte del dictador Franco en una céntrica iglesia madrileña. Es noche cerrada y apenas se ven los rostros de los congregantes, pero por el tono de sus voces y el fervor de sus gargantas, está claro que son jóvenes. Lo he escuchado con atención y he podido sentir que un frío estremecedor me recorría y erizaba la piel.

Son cientos de miles las razones por las que ese tipo de manifestaciones públicas no deberían de producirse en España. Pero ¡ay! todas esas razones permanecen enterradas en las cunetas gracias a la complicidad ideológica de los políticos del PP y también ¡cuánto lo lamento!, por la desvergüenza de Ciudadanos que se niega a despiojar los espacios públicos. El otro día en un programa de televisión, Albert Rivera se preguntaba dónde poner a cero el cronómetro para saber hasta dónde debemos repensar la historia.

– Pobre hijo mío –le diría yo– ¡vaya pregunta más insensata que me haces, y qué atrevida es la ignorancia!
– Pues es muy sencillo, hijo mío, pero que muy sencillo. El cronómetro siempre, siempre, siempre, se debe poner a cero en el momento en que la moralidad deja de ser tal. Eso es todo. Así de simple.

El problema de la relación de estos ‘camisas nuevas’ (Ciudadanos) y de los ‘camisas viejas’ (PP) con la Dictadura de Franco no es ni mucho menos, una cuestión historiográfica. ¡Ojala fuese solo eso! El problema es un problema moral y no historiográfico: el problema es la naturaleza amoral de la relación de estos dos partidos con la historia de España y de la que beben sus planteamientos ideológicos; una amoralidad que extienden cada día a la impunidad con la que tratan las fechorías de sus partidarios y las argucias infantiles con las que eluden sus responsabilidades. El problema, el verdadero y aterrador problema, nuestra gran y puta tragedia es que ni Albert, ni Mariano, ni sus votantes, ni los sacerdotes que arengan desde sus púlpitos a los enardecidos que brazo en alto gritan por la salvación de la patria, saben cuándo la moralidad dejó de ser tal en España.