©/2 Antonio Miguel Nogués Pedregal (2016)
Publicado en Eurogaceta, lunes 18 de abril de 2016
Belenes, circos y distracciones digitales
Hace meses lo de los titiriteros, después lo de las cabalgatas de reyes, en medio lo de los belenes municipales, lo de la navidad, lo del solsticio y lo de las saturnales, después las procesiones de semana santa, estos días lo de la república y pasado mañana lo de las comuniones laicas, para volver a comenzar el ciclo después de las fiestas patronales de cada localidad. Y además así, todo escrito en minúsculas, que es la manera en la que a falta de argumentos se fustiga con el menosprecio ortográfico en esta españa que tanto complejo desarrolla. Es un calendario jalonado de festividades de tradición católica, apostólica y romana. Es lo que tiene la historia, que por más empeño que pongamos en destruirla, más se empeña ella en permanecer en la memoria y en los documentos. Ahí está si no el recuerdo de todos los que como mi abuelo fueron fusilados en la Guerra –esta sí con mayúsculas. Ni siquiera los subterfugios que utilizan los que hoy se erigen –por el empleo de esos mismos subterfugios—en cómplices morales de aquellos asesinos, consiguen impedir que las cunetas nos devuelvan a nuestros muertos poco a poco. Si la historia se resiste a desaparecer en la memoria, en los documentos se vuelve indeleble. Al igual que todas las dictaduras han llevado y llevan el registro de sus enemigos, el nombre de mi abuelo todavía permanecía –seis años después de su asesinato en noviembre de 1936—en el boletín oficial de la provincia de cádiz del 27 de febrero de 1940 para ser juzgado por el tribunal regional de responsabilidades políticas de sevilla.
Decenas de años después he vuelto a los archivos históricos para leer, de primera mano y con los ojos de un historiador de las mentalidades, cómo se pudo gestar aquello. Para entender cómo la ilusión de aquel 14 de febrero de hace 85 años devino en aquel suicidio moral y en aquella lucha fratricida con atrocidades cometidas por los hunos y los hotros –como escribiera Unamuno días antes de morir en diciembre de 1936. Lo que he leído en las actas de los plenos municipales y en los opinaderos de la época me ha hecho reflexionar porque me ha resultado familiar, demasiado familiar y actual.
Mucho sabemos y se ha escrito sobre el periodismo de trinchera, sobre el posicionamiento ideológico e irreconducible de algunos opinadores profesionales, y sobre el aspecto incendiario de las declaraciones de profesionales de la provocación política. Poco se puede añadir a lo que ya sabemos. Todos conocemos o hemos visto en cualquier barra de bar a algún insensato hablando con las entrañas y a alguien subido en el púlpito de un burdel repartiendo consignas morales. Eso no es lo novedoso. Lo novedoso no es la verborrea ni la altisonancia, sino la escala, el nivel de visibilidad y el eco, sobre todo el eco que esas memeces alcanzan gracias a las tecnologías de la comunicación. Esta tecnología digital construye un mundo en expansión del que, aunque no se han realizado estudios en profundidad, ya comienzan a oírse voces en columnas y cartas de opinión que avisan sobre tu terrible poder desestabilizador (“¿Demasiado tarde para que los trolls dejen de pisar el debate político?” de Owen Jones es de la últimas que he leído).
Me interesa esta cuestión del efecto multiplicador que tiene cualquier cosa que aparece en una red social y por eso desde hace unos años dedico más tiempo a analizar los comentarios a las noticias y columnas que se publican en la prensa digital, que a leer el contenido del texto. Y alguna conclusión voy sacando.
De momento veo poco probable que nadie queme una iglesia porque contenga imágenes de santos o una casa del pueblo porque tenga una imagen de iglesias. Sin embargo, el calendario lúdico-festivo al que hacía referencia se ha convertido en un espacio perfecto para que el entretenimiento nos distraiga de lo socialmente importante y así los insensatos de cualquier bar o parroquia puedan alardear de ignorancia sin temor a ser identificados. Este calendario permite además que las sempiternas derechas de la españa imperial se entretengan con lo que de manera altanera desprecian como ocurrencias, y así de camino divertir a la población de los temas importantes. Por el otro lado, este mismo calendario lúdico-festivo hace que las que ya se han convertido también en viejas formas de hacer política, olviden el principio básico del materialismo histórico de atender primero a las bases económicas[1], confundan creencias con folklore y crean que en el curso de una legislatura pueden modificar la longue durée (cf. Ferdinand Braudel) porque dejen de colocar el nacimiento en los soportales del ayuntamiento. En este sentido gozamos en el estado español –una nomenclatura por cierto de invención franquista—de un calendario óptimo para convertir las redes sociales en el opio digital del pueblo. Se logra que entre las trasnochadas progresía y beatería de hunos y hotros, el circo mediático y el infinito número de saltimbanquis digitales confirmen la eterna actualidad del Ecclesiastes 1.15 (cf. Biblia Sacra Vulgata), mientras el resto de los ciudadanos vemos cómo transcurre nuestra cotidianeidad sin cambio alguno. The show must go on!
Cuando se leen los comentarios que se escriben en las redes sociales se llega a otra conclusión: hay demasiada política cultural y muy poca cultura política. En esto de la falta de respeto hacia los que no opinan igual es donde se me presentan las más terribles similitudes con los textos que se encuentran en los archivos municipales. Cualquiera de nosotros puede leer en periódicos de aquellos años treinta y en actas oficiales de los plenos municipales decenas de argumenta ad hominem, exabruptos e insultos a los planteamientos ideológicos, adjetivos descalificativos y, sobre todo, muchas alusiones directas a cuan necesario sería limpiar las calles de la escoria que… Unas frases que resultarían exageradas si no fuera porque solo meses después a miles de nuestros abuelos y nuestras abuelas les pegaron un tiro y los abandonaron como perros en alguna puta cuneta de este santo país.
Nunca pensé escribir sobre esto porque me parecía que la comparación podría resultar excesiva y odiosa. Sin embargo, cambié de opinión cuando estos días he visto que las ideas de una persona tan acreditadamente demócrata de izquierda como la de José Sacristán han provocado una ira que va más allá de lo admisible (leer entrevista). De igual manera que le exijo a los hunos que impugnen los comentarios que hacen sus seguidores sobre los asesinatos de la dictadura, también le pido a los hotros que eleven su apoyo al actor, reprueben los comentarios altamente ofensivos y dejen de preocuparse por los belenes de los ayuntamientos.
Quizás sea mi edad la que ya no me permite saber si estas actitudes de honda raigambre fascista son prueba de infantilismo, ignorancia, fanatismo o simplemente de necedad. Pero sí sé que ni son los modos ni las maneras con las que podremos alcanzar los valores de libertad, igualdad, fraternidad y respeto. Esos valores que siempre hemos perseguido los que somos demócratas de izquierdas sin que ningún mesías nos haya entregado el carnet.
[1] Karl Marx escribe en el ‘Prefacio a la Contribución a la crítica de la economía política’ (1859) “no es la conciencia de los hombres la que determina su existencia, sino al contrario, es su existencia social la que determina su conciencia”.