©/2 Antonio Miguel Nogués Pedregal (2016)
Publicado en Eurogaceta, sábado 25 de junio de 2016
Brexit. ¿Se puede consultar sobre cualquier tema mediante referéndum?
Más allá de las consecuencias para la economía política mundial, el Brexit impone una reflexión sobre la naturaleza de los referéndums y los fundamentos mismos del modo democrático de gestionar nuestras diferencias. O planteado de otra manera ¿puede la ciudadanía de un mundo globalizado y saturada de informaciones contradictorias contestar con un sí o un no a preguntas de naturaleza compleja? Soy consciente de que, dado el contexto de vacuidad reflexiva y crítica que asola el panorama político y social en España –como veremos a partir del 27-J– hacer este planteamiento no me va a granjear demasiados amigos.
Y esto es así porque desafortunadamente las posiciones que defienden el diálogo democrático como único método para revisar con sentido los fundamentos constituyentes de nuestra sociedad, no tienen demasiado predicamento entre los charlatanes que se obcecan en su verdad y lo reducen todo a una dicotomía sin grises con la vana esperanza de obtener esa mayoría que les permita ignorar a sus adversarios políticos durante cuatro años: O conmigo o contra mí, o con nosotros o contra nosotros, o con los ricos o con los pobres, o con los buenos o con los malos, o con la gente o con la casta, o con los moderados o con los extremistas, o con el Reino Unido (Brexit) o con la Unión Europea (Bremain), etcétera.
¿Acaso una pregunta formulada de manera tan impecablemente clara y dual como Remain the EU or Leave the EU puede suplir la compleja naturaleza de una situación? ¿La legitimidad social y política de la pregunta reside simplemente en una cuestión de claridad semántica y corrección gramatical?
En Suiza, por ejemplo, preguntan de manera sistemática con formulaciones claras y directas sobre los temas más diversos e importantes: sobre la posesión de armas de fuego, sobre la pertinencia de modificar la constitución para incluir los ensayos en humanos, sobre revisar los beneficios del desempleo, sobre mejorar la protección animal, sobre poner un tope al salario de los ejecutivos, etcétera (ver Listado cronológico de todos los referéndums en Suiza desde 1848 a 2016). Sin embargo, y aunque no he estudiado en profundidad los 604 plebiscitos realizados en aquel país, he espigado entre estos y he podido comprobar que la mayoría de las temáticas de los referéndums no-obligatorios (los que más llaman la atención por su particularidad) admiten la reversibilidad de la decisión en el corto/medio plazo si, porque errare humanum est, se viesen que los aspectos positivos de la decisión no son los esperados.
A la vista de la experiencia suiza, ¿se puede calificar de decisión política responsable consultar a una ciudadanía inevitable e intencionadamente confundida sobre un tema cuyas consecuencias no parecen que sean reversibles en el medio plazo y muy difícilmente en el larguísimo plazo? ¿Se puede responder con un sí o un no a una pregunta trascendental cuando es evidente que las opciones no tienen la misma validez temporal? Consideremos el hecho de que, ya hoy, Escocia se está planteando votar de nuevo si quiere ser un país independiente. Esto parece indicar que las opciones (sí/no) no son idénticas en su dimensión temporal, y que su permanencia como respuestas válidas depende mucho de la naturaleza de la pregunta y de si entran en el marco de lo que el discurso de la política-espectáculo (Guy Debord dixit) determina como posible en un momento histórico. En un mundo global y con equilibrios políticos y económicos tan delicados, cómo se debe compaginar la legitimidad que tiene (¿la tiene?) cada generación (25 años) para replantear el contrato social y su armazón institucional con la necesaria (¿es necesaria?) estabilidad institucional y administrativa que requiere una planificación estratégica.
El caso del Brexit es ilustrativo en este sentido. En esta ocasión los mayores han sido los revolucionarios porque son los que han trasmutado el statu quo y han votado Brexit, y los jóvenes han sido los más conservadores y han votado Bremain. ¿Tenían derecho los mayores, los habitantes rurales o los galeses a hipotecar el futuro de los jóvenes, de los habitantes de las metrópolis londinense o de los norirlandeses, y del mismo modo, tenían estos el derecho a impedir el presente de aquellos? Veo difícil articular una democracia formal sin diálogo–es decir, mediante el puro escrutinio de votos cada cuatro años– con la que podamos afrontar los retos sociales y económicos de la globalización y, al mismo tiempo, mantener esa atmósfera de sociabilidad que siempre requiere el contrato social.
Las preguntas que suscita elBrexit se vinculan con los grandes temas de la filosofía social y política y, sin duda, no es una columna de 900 palabras el entorno más adecuado para pretender su respuesta. Aunque sí es un formato que puede ayudar a despertar el debate sobre la naturaleza misma del acuerdo democrático en la sociedad global.
Debemos hacer que en el marco democrático prevalezca el diálogo sobre cómo gestionar, desde nuestro pequeño lugar en el mundo, la globalización y las enormes diferencias que genera. En España, por ejemplo, y aunque todavía no hemos votado, ya se habla de unas terceras elecciones porque los que se obcecan en la confrontación y en sus insulsas egolatrías allí nos conducen. Así hasta que algún partido obtenga la mayoría absoluta. Eso no me parece que sea democracia. Eso simplemente resucita la idea del contrato social de Hobbes y nos emplaza a renovarlo cada cuatro años. Un país que se empecina en desterrar el diálogo como forma democrática de gobierno no puede aspirar sino a desperdiciar su energía y sus anhelos en otra cosa que en la burda confrontación colegial.