Antonio Miguel Nogués Pedregal

Entrevista de Cristina Ortega Giménez para Radio UMH el 7 de marzo de 2018

El discurso del odio es un pensamiento que rompe la posibilidad de diálogo y de entendimiento con el otro, porque le niega a ese otro la posibilidad de existir.

 

Vacuna contra el odio─ Cristina: En una columna que escribía en su blog en 2015 afirmaba que en época electoral los discursos que pronuncian los candidatos impiden el silencio. Y cito textualmente sus palabras: “Un silencio que, todos sabemos, nos permite pensar en libertad. Sólo en silencio se puede pensar en libertad. Y los discursos electorales con su exceso de palabras provocan ruido. Un ruido que niega la reflexión”, ¿cree que este exceso de “ruido” en los discursos políticos es uno de los factores que ha propiciado un aumento del discurso del odio en los últimos tiempos?

─ AM Nogués: Sí, sin duda. Pero el ruido no solo propicia el aumento del discurso del odio, sino que quebranta cualquier cosa que requiera de silencio para llevarse a cabo… Cosas tan necesarias como la sensatez, el diálogo, el buen juicio, la reflexión o la honestidad se ven perjudicados por la existencia de ruido. Mira, hay un precioso libro que debería ser de obligada lectura… seguro que lo conoces. Se trata de El arte de callar, del Abate Dinouart, un clérigo francés ilustrado que tras una vida ─al parecer bastante libertina─vino a decir que el ruido impide escuchar la melodía, distorsiona las palabras, tergiversa los mensajes, e impide la elaboración de discursos coherentes.

Claro está, si no podemos escuchar la melodía, si se distorsionan las palabras, si se tergiversan los mensajes y si se impiden la coherencia, entonces se priva a la razón de su función principal que no es otra que propiciar el entendimiento. Cierto es que hay otras formas de inteligencia y de entendimiento que no requieren de la razón. Sin embargo, soy de los que piensan que la verdad no existe hasta que la hemos acordado entre todos y que ese acuerdo sobre qué es verdad, solo se puede alcanzar a través de la comunicación, de la palabra. Este es un principio básico para entender el derecho a convivir en un mundo plural.

En este sentido, ¿qué responsabilidad cree que tienen los medios de comunicación en la propagación del discurso del odio?

─ Ufff… podría zafarme de la pregunta pidiéndote que me definieras a qué te refieres cuando dices medios de comunicación; pero como imagino que te refieres a los medios de comunicación tradicionales (prensa, radio y televisión), para no decir que tienen ‘toda’ la responsabilidad y conseguir que alguien me acuse de estar generalizando, pues utilizaré un adverbio para matizar algo la respuesta y diré que tienen solo ¡muchísima responsabilidad! Pero claro, es que la pregunta formulada en estos términos suele llevar a equívoco, y es importante que subrayemos esto. Porque cuando se habla de la responsabilidad de los medios de comunicación en el tema del ruido mediático, los ciudadanos de a pie como yo pensamos rápidamente en que nos estamos refiriendo a la responsabilidad de los profesionales de la información. Y no creo que haya nada más lejos de la realidad que eso. No es para nada responsabilidad de los profesionales que trabajan y que se están ganando un sueldo con el que, a veces, sobrevivir, sino de los dueños de esos medios de comunicación.

Todos sabemos que casi la totalidad de los profesionales de la información son trabajadores por cuenta ajena, es decir, asalariados que a duras penas tienen la posibilidad de contradecir la línea editorial del medio para el que trabajan. Los hay, pero poca gente suele tener el valor para morder la mano que le da de comer y los periodistas no van a ser menos. Sí es cierto que, afortunadamente, hay propuestas de medios de información alternativos, que son financiados por sus socios, pero su impacto social es –hoy por hoy y me temo que por mucho tiempo más—bastante anecdótico, porque no pueden competir con los grandes conglomerados de comunicación y que ocupan todo el espectro político: sin ir más lejos ahí tienes a Antena3 y a la Sexta respondiendo de sus resultados ante los mismos accionistas.

Pero a esto, además, tenemos que añadir que hoy, con las tecnologías de la información y la democratización absoluta del acceso a las redes, cualquiera puede convertirse en un profesional de la información. Porque, como ya no hay monopolio en quién detenta la Verdad y la producción de esta Verdad se ha fracturado en partículas infinitesimales, y tampoco está claro qué o quién legitima para poder informar, pues la crisis está asegurada. Vamos, de hecho, hay afamados profesionales de la información que no tienen el título universitario y se llaman a sí mismos ‘periodistas’. Aunque esta es otra cuestión en la que, por el respeto debido a mis compañeros de Departamento, no quisiera entrar.

El hate speech presenta numerosas acepciones y no parece haber unanimidad a la hora de definirlo. Como especialista en el análisis de discurso, ¿cómo lo definiría usted?

─ ¡Ay, cuánto os gustan los anglicismos a los periodistas! No es tu caso ahora, pero siempre que escucho a algún informador o tertuliano utilizar algún anglicismo tengo la impresión de que lo hace porque no tiene nada mejor que decir.
Porque claro, lo que pasa es que al denominarlos con un término en otro idioma; un idioma con el que además nos resulta más difícil pensar y discernir, lo percibimos como extraño y lo dotamos de una nueva naturaleza, de una nueva entidad y, por tanto, al ser algo nuevo, pues nos vemos obligados a tener que definirlo. De hecho, por qué hablamos de fake news cuando son simple y llanamente mentiras o patrañas.

Pero claro, al creer que es algo nuevo, ya podemos permitirnos perder el tiempo en discutir sobre su contenido, lo que nos exime de la obligación de analizar y, por tanto, del esfuerzo intelectual que este análisis requiere. De hecho, fíjate que nadie se preocupa por definir qué es la mentira o el odio, pero el hablar de fake news o hate speech se rellenan cientos de horas de programación. Porque no nos llamemos a engaño, cualquiera con unas mínimas dotes de charlatán puede ganarse muy bien la vida hablando sobre vaguedades recorriendo los medios de comunicación que, patrocinadores mediante, solo están interesados en entretener a la audiencia un rato mientras engordan sus cuentas de resultados gracias a los anunciantes. ¿Por qué si no se le presta tanta atención a Vox y no al Pacma? ¿A qué lógica sino a la del puro y simple espectáculo responde que se quiera hacer un debate a cinco cuando en las últimas elecciones generales el Pacma sacó muchísimos más votos que Vox en el conjunto de España? Por esta razón, hace años que decidí no gastar mi energía definiendo abstracciones y me centro más en la intención que busca el hablante y en las consecuencias que el uso de estos abstractos produce.

Dicho lo cual y desde esta perspectiva, te diría que el odio es lo que impide el amor. Y lo impide en cualquiera de sus manifestaciones: desde la más mínima empatía por el prójimo hasta ese amor que se desborda gratis y sin esperar nada a cambio. Si eso es el odio, podría atreverme a definir al discurso del odio como… aquel pensamiento que rompe la posibilidad de diálogo y de entendimiento con el otro, porque le niega a ese otro la posibilidad de existir.

Porque el odio lo que hace es negar la posibilidad de existir a cualquier cosa no sea yo, es decir, a cualquier cosa que sea distinto a mí o de con lo que yo me identifico. El discurso del odio es egocéntrico, es… ultranacionalista… ─si estamos hablando de un grupo─ porque le niega su posibilidad (¡del derecho a la existencia ni hablamos!), sino tan siquiera la posibilidad de que existan otras identidades distintas a la mía. Odia quien grita: ¡Ojalá no existieses! No sé si me explico.

Así las cosas, el discurso del odio sería pues casi una variante enfermiza del solipsismo. Sí, el discurso del odio sería un tipo de esquizofrenia muy aguda, que afirma que solo yo puedo existir ¡y lo peor de todo! que la realidad solo es comprensible a través de mí y yo soy la única fuente de verdad: solus ipse… solo yo.

Por lo cual, cuando se priva al otro de la posibilidad de existencia ─de ahí a la exterminación hay un paso─ no te digo ya nada de privarle no solo de la razón, sino de la capacidad de entendimiento. El discurso del odio es pues una forma de razonar ─con miles de comillas este razonar─ que nos lleva a una terrible conclusión: si el otro no tiene capacidad de entendimiento es imposible el diálogo con él. De ahí que el discurso del odio se mueva no en la esfera de la razón sino en el de la emoción, que siempre es más fácil de manejar porque requiere menos esfuerzo.

Pero te digo más, lo peor no es que los individuos que padecen este tipo de… digamos… alteraciones cognitivas, pierdan el contacto con la realidad; lo peor de todo es que, además, consideran que las herramientas que utilizamos las personas normales para conocer la realidad son absolutamente innecesarias. Por eso, por muchos datos que se les presente seguirán obcecados en su realidad esquizoide. Por eso parece que la política que se hace hoy en día ─principalmente a golpe de tuit─ parece que argumentar no sirve para nada. Y es que es muy difícil razonar con quienes padecen esa minusvalía cognitiva y no son conscientes de que la padecen.

Te pongo un ejemplo. Recuerdo el otro día en no sé qué programa de televisión que al Abascal le presentaron datos oficiales sobre el insignificante número de denuncias falsas que hay en violencia de género y va y responde «es que nosotros manejamos otros datos». Y se queda tan tranquilo. Es el mejor ejemplo de esta alteración cognitiva y da origen al discurso del odio. También te podría poner ejemplos de muchos profesionales de la información con estas… deficiencias. Porque es que cuando hay esa incapacidad para razonar con el otro porque le niegas la existencia, pues el odio es la única vía en la que la gente cree encontrar un sentido a su vida.

─ A pesar de la cantidad de críticas y reproches que adquieren ciertos discursos de algunos políticos, lo que llega a convertirlos incluso en contenido viral, ¿cree que realmente la sociedad sabe lo que es el discurso del odio y cómo identificarlo?

Muy buena pregunta. Creo que sí… o, mejor dicho, quiero pensar que sí. La ciudadanía en general reflexiona bastante a la hora de votar. Los estudios socio-políticos así lo demuestran al menos.
Lo que ocurre es que la ciudadanía está muy cansada y hastiada, y parece que la resignación –que no pesimismo—cubre al mundo de las posibilidades. En cierto modo, fíjate por ejemplo e qué manera ha enterrado Unidos Podemos todo el capital político con el que contaba. Simplemente ha tirado por la borda la ilusión de millones de personas. Y eso facilita que la gente se agarre a un clavo ardiendo, si ese clavo les promete «patria, justicia y pan». Lo hemos visto, por ejemplo, en Andalucía, donde a pesar de barbaridades que dijeron durante la campaña, tienen un papel clave en el desarrollo ideológico del gobierno.

Pero en este punto y para evitar caer en una tertulianada cualquiera, creo que lo mejor es recordar de nuevo a Dinouart: «Sólo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir más valioso que el silencio». Así que me temo que, llegados aquí, no tengo nada más valioso que añadir.