Antonio Miguel Nogués Pedregal

©/2 Antonio Miguel Nogués Pedregal (2018)
Publicado en Diario Información, martes 6 de noviembre de 2018

Escena del diálogo sobre la risa en El nombre de la rosa| Imagen: filfilmfilicos.com

 

Lo he intentado, pero no he podido sustraerme al debate sobre la «libertad de expresión» que ha provocado el último imbécil de turno. Incluso para un librepensador, el constante recurso a la libertad de expresión como capa que tapa toda manifestación pretendidamente humorística, hace un flaco favor al propósito que busca la risa.

— «¿Qué tiene la risa?», preguntaba Guillermo de Baskerville.

— «La risa mata el miedo y sin miedo no puede haber fe, porque sin miedo al diablo ya no hay necesidad de Dios… », respondía el venerable Jorge de Burgos en aquella inolvidable escena que imaginó Umberto Eco y recreó Jean-Jacques Annaud en la versión cinematográfica de El Nombre de la Rosa (1986).

En la naturaleza del humor ácido y crítico siempre ha estado suscitar polémica e ir contra las ideas para despertar las mentes del sueño dogmático: desde el Elogio de la Locura de Erasmo de Rotterdam (1511) hasta las viñetas de La Codorniz o Quino. Aquellos modos tradicionales de humor tenían sentido y resultaban efectivos –es decir, tenían un efecto— entre muchos sectores de la sociedad predigital. Sus repercusiones, aunque limitadas y reducidas a círculos sociales muy concretos, sí favorecieron la reflexión e incluso, actuaron como detonantes performativos.

Sin embargo, en una sociedad global e híperconectada, los contextos de enunciación son radicalmente diferentes a aquellos y, por tanto, las expresiones del modo crítico del humor deben adaptarse para seguir siendo efectivas y provocar así el pensamiento. No tener en cuenta que nos comunicamos en un mundo global, seguir recurriendo a lugares comunes y viejos chistes es, además de una peligrosa muestra de inconsciencia, contraproducente. Porque hacer mofa de -en vez de con– significantes que muchas personas consideran «sagrados» no va a mermar ni su fe en dichos significantes (por ejemplo, un dios), ni tampoco va a llevarles a cuestionar la existencia real y verdadera del referente (por ejemplo, una patria). Más bien al contrario. La mofa de un significante -reproducida de manera inmediata e infinita por las redes- siempre va a provocar una respuesta que, al visibilizarse también de manera inmediata e infinita, favorece la aparición de colectivos agrupados en un eje pro- / anti- que coadyuva a reforzar y congelar los fundamentos ideológicos de dicha dicotomía. No será por tanto un humor que invite a los espectadores a la reflexión serena e individual, sino un humor que provoque el atrincheramiento de las ideas y el enconamiento colectivo de posturas enfrentadas.

En un mundo digital los humoristas críticos -o los que tengan la pretensión de serlo- tienen un gran reto: comprender que vivimos en un tiempo en el que cualquier imbécil dice cualquier imbecilidad y que esta tendrá un rápido e infinito eco que resultará imposible amortiguar. Si en algo estiman esta honrosa y necesaria profesión, los aspirantes a humorista deben esforzarse por diferenciarse de aquellos. Sin duda, esto les exige un enorme esfuerzo intelectual y de una extremada conciencia de la responsabilidad social que tienen en tanto que comunicadores

Para los que intentamos revertir -o al menos matizar- los estragos de un modo de vida que es moral y socialmente injusto, las imbecilidades que buscan amparo en la libertad de expresión para ocultar su propia naturaleza, siempre suponen un paso atrás. Porque en un mundo global, inmediato e infinito, solo la risa crítica, liberadora y responsable, puede salvarnos de alguna tragedia:

¿Es el enemigo? Que se ponga…