©/2 Antonio Miguel Nogués Pedregal (2020)
Publicado en The Conversation, viernes 3 de julio de 2020
Durante la crisis derivada de la COVID-19 el turismo ha sido uno de los temas más presentes en los medios de comunicación. El cierre de fronteras y la prohibición de la movilidad interior ha impactado de pleno en uno de los pilares económicos de muchos países. De pronto, las redes se llenaron de imágenes que mostraban otras tonalidades: peces y patos en los canales de Venecia, el paisaje urbano adquiría otro matiz y los lugares turísticos aparecían desnudos.
Esto, sin embargo, augura que 2020 no será un buen año para los negocios vinculados, directa o indirectamente, al ocio y al turismo. Para miles de familias cuyos ingresos dependen de la llegada de visitantes, cualquier impedimento a la circulación de personas es una tragedia.
Desde hace décadas, España es un destino turístico internacional de primer orden como año tras año recogen las estadísticas de la Organización Mundial del Turismo.
Decenas de millones de turistas que, a su vez, se reflejan en la Cuenta Satélite del Turismo de España, cuyos datos de 2018 indican que los ingresos vinculados a la demanda turística rondaron los 150 mil millones de euros (12,3% del PIB) y proporcionaron un 12,7% del empleo en España.
La contundencia de las cifras apenas deja ver más allá. La urgencia de lo cotidiano tampoco deja demasiado tiempo para que se le pueda prestar atención a otras dimensiones. Parece que, en este sentido, los datos que constituyen la administración de la realidad también impiden ver el bosque. A pesar de esto, somos muchos los investigadores que abordamos la complejidad del turismo desde perspectivas menos econocéntricas.
Pero, ¿qué es el turismo?
Definirlo puede parecer innecesario porque el término turismo es una palabra del lenguaje cotidiano. Diariamente aparece en los medios de comunicación y también en muchas investigaciones, aunque los que la utilizan se refieran a cosas diferentes.
Así, por ejemplo, se utiliza el mismo término para referir a realidades tan distintas como son la industria turística, las actividades turísticas o el hecho turístico. Una práctica lingüística que, precisamente, no beneficia el análisis porque oscurece la complejidad del fenómeno.
Turismo es la palabra que usamos para referirnos al conjunto de dispositivos que facilitan que las personas de ciertos grupos sociales se trasladen a otros lugares alejados de su entorno habitual durante su tiempo libre. Y también sirve para cualificar lo que hacen esas personas en el destino al que vayan: hacen turismo.
Estudiar este intrincado conjunto de dispositivos es muy interesante. Por un lado, es un conjunto que provoca el deseo de hacer turismo, de viajar. Al mismo tiempo, anima a hacerlo porque facilita transporte, alojamiento y manutención. Además, también ofrece actividades de entretenimiento para que los turistas podamos imaginar que pasamos nuestro tiempo de ocio alejados de nuestra rutina cotidiana.
Si ahora desgranamos los elementos que constituyen esta definición, observamos que la palabra turismo se refiere a cuestiones muy distintas y que afectan a ámbitos muy diferentes de la vida cotidiana.
La hipótesis de la mediación del espacio turístico
El fundamento primero del Turismo es, sin duda, la producción de imaginarios que se presentan como algo deseable y que están formados por mitos e imágenes sobre otros lugares, culturas y gentes que los representan y, a veces, los estereotipan. Lo más interesante es que este imaginario, creado desde el exterior, suele ser asumido por los propios habitantes y sus gobernantes.
En cierto modo, hasta llega incluso a formar parte de su propia identificación. Un buen ejemplo de esto lo tenemos en la imagen folclórica que se proyectó de España durante la década de los sesenta del pasado siglo y que se interiorizó de tal manera que aún influye en la forma en que los distintos nacionalismos ibéricos combaten o defienden la idea España.
Esta capacidad del Turismo para crear significados es lo que algunos investigadores hemos denominado la hipótesis de la mediación del espacio turístico.
El conglomerado, al que por simplificar llamamos Turismo, hace que ese deseo provocado sea posible; es decir, convierte el sueño en realidad. Sin embargo, en el discurso oficial todo lo que conlleva esa realidad se aparta e incluso se esconde.
Así, pese a que las consecuencias de esta materialización son el aspecto más controvertido del turismo, apenas se contempla en los indicadores oficiales que evalúan el turismo en España.
De hecho, no son muchos los trabajos científicos o los informes oficiales que se pregunten de manera crítica cómo se hace posible el turismo: qué consecuencias medioambientales tiene el hecho turístico, cuál es la naturaleza de las relaciones socio-laborales o por qué el empleo en el sector turístico tiene una naturaleza precaria y estacional.
¿Espacio turístico o territorio?
Asimismo, el turismo es siempre consumo de territorio. Esto se olvida con frecuencia porque se ha extendido el uso de la expresión espacio turístico. Hoy, en el discurso oficial, apenas nadie utiliza la noción territorio cuando habla de turismo.
Sin embargo, al sustituir la noción territorio por espacio se está ocultando un hecho muy importante: la propiedad. Mientras que el espacio es un intangible y no se sabe muy bien a quien pertenece, el territorio implica un acto de reivindicación. Siempre lo es de alguien: de un grupo étnico, de una banda juvenil, de un colectivo vecinal o de un estado.
Por esta razón, cuando el territorio es transformado en un objeto de deseo, sea para el deleite estético, sea para la ocupación física con terrazas o para la construcción de apartamentos, acarrea disfunciones. Siempre se generan conflictos entre los que imponen una visión administrativa del espacio y los que reivindican y defienden su forma de vivir su territorio.
Pese a su importancia, este sentimiento de identidad territorial (ciudad, pueblo, barrio, calle o comarca) nunca se tiene en cuenta en los indicadores econométricos. Apenas aparece de manera muy tangencial en los diseños de los proyectos de desarrollo turístico.
Por eso, una sencilla búsqueda con la expresión saturación turística o masificación turística muestra decenas de casos en los que se defiende un uso más racional y sostenible del territorio, y un tejido socio-económico menos dependiente del turismo. Pero no será ni tan fácil ni tan rápido, porque son muchos los intereses cruzados que se citan en torno a este fenómeno.
El Turismo tiene capacidad para despertar deseos y satisfacerlos. También para marcar el ritmo cotidiano en los destinos y crear representaciones de lo que es distinto. Sobre todo tiene capacidad para ocupar territorios y perpetuar la relación de dependencia entre estos. Y, muy especialmente, para segmentar la sociedad, jerarquizar las relaciones socio-laborales y subrayar las diferencias entre los grupos sociales. Por todo esto es por lo que se suele afirmar que el turismo es otro de los nombres del poder.