Antonio Miguel Nogués Pedregal

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Pedro Sánchez promete su cargo como presidente del gobierno

Al hilo de la moción de censura que ayer hizo presidente del gobierno de España a Pedro Sánchez…

Sé que es muy difícil ver la realidad de manera crítica. De hecho, junto a aprender a tocar un instrumento musical o llegar a hablar un idioma con cierta fluidez, acercarse a la realidad de la manera «menos ideológica posible», es una de las cosas que le lleva más tiempo a cualquier persona. Sin embargo, a poco que se intente, cualquiera que no sea un cetrino, puede llegar a entender otros puntos de vista. Incluso puede llegar a darse cuenta de que la verdad absoluta e inmutable no se halla en ningún sitio ni, mucho menos, en ninguna ideología o partido político.

Desafortunadamente, lo más fácil y cómodo –por cuanto no requiere ningún esfuerzo– es todo lo contrario: pensar que la razón sí existe y que, además, los que piensan y son como yo la detentamos. Esto ha pasado en cualquier parte del mundo y a lo largo de toda la historia de la humanidad. Por supuesto, también en España ocurre y ha ocurrido desde hace mucho: «aquí yace media España, murió de la otra media» escribió Larra ¡en 1836! La obcecación y el empecinamiento en la verdad se convierten en los primeros obstáculos a vencer porque imposibilitan el diálogo. Nunca me cansaré de repetirlo: sólo a través de la palabra y de la razón (que no otra cosa quiere decir dia-logo) se puede saber qué es verdad.

El gobierno del PP estaba moral y éticamente podrido. Salvo aquellos que se creen en posesión de toda la verdad –y por tanto no consideran que otros puedan tener algo de razón o que sus motivos tengan algo de justicia– nadie puede negar que el gobierno de M punto Rajoy se encontraba en su recta final. Una penosa situación que lo convertía en otro claro ejemplo de altivez, prepotencia y soberbia, como también lo fueran en sus estertores los gobiernos de González o de Aznar. Por eso, como si Moncloa fuera la habitación de un moribundo contagioso –la imagen la tomo de mi colega David Bernardo– era imprescindible removerlo para airear la habitación y sanear un poco el panorama político de España.

Todos los que no somos ni incendiarios contertulios, ni periodistas de trincheras, ni políticos profesionales (es decir, todos aquellos que no vivimos de la política porque nuestro sueldo no depende de que ‘nuestro’ partido nos busque un puestecito donde vegetar unos años o que nos permita comprar un chalecito), debemos hacer un ejercicio de responsabilidad individual para que España concluya la Transición, y normalice su vida política.

Y ese ejercicio pasa –me atrevo a proponer–por aceptar tres principios a modo de acuerdo de mínimos: (1) que no sólo nosotros podemos llevar toda la razón, (2) que ni las ideas políticas ni las leyes son artículos de fe inmutables, y (3) que la democracia consiste en dialogar en el marco de las reglas de juego recogidas en la legislación vigente.