Cuando el invierno de 1963 tocaba a su fin, mi madre me parió en nuestra pequeña casa de una barriada de maestros nacionales en El Puerto de Santa María (Cádiz). Mi carrera musical como batería y guitarrista acabó pronto y, solo hasta hace un par de años, he podido aprender a tocar un poco el piano y a leer las partituras.
De este retorno a la música y del Premio al Talento Docente que me concedieron en noviembre de 2014 es de lo que estoy más orgulloso de haber logrado en estos últimos tiempos. Antes mi vena artística (en cierto modo la docencia es como el arte del teatro) la satisfacía viajando, escribiendo en la edición local de un periódico provincial, prestando atención a cada palabra y tomando, revelando y positivando en mi propio laboratorio doméstico muchas fotografías. Sin embargo es la docencia lo que siempre había llamado mi atención; por eso me siento un privilegiado al poder ejercerla con tanta libertad y por eso disfruto tantísimo con mi trabajo. Mi pedagogía ha sido bastante clásica… extremadamente clásica diría yo. La revista UMH Sapiens y el Blog del Master de Antropología Social Práctica del que soy profesor, publicaron unas entrevistas que resumen bastante bien cómo abordo mi tarea docente.
Sobre mi formación académica me gusta decir que tras estudiar desde párvulos hasta COU en el Colegio de los Jesuitas de El Puerto, cursé tres años en el Colegio Universitario de Filosofía y Letras de Cádiz –frente a la Caleta– y dos de especialidad en la Facultad de Geografía e Historia de Sevilla –más conocida como La Fábrica de Tabacos. Así puedo referir que estudié latín, historia, geografía, literatura, arte, filosofía, etnohistoria y antropología, y que me di cuenta de que necesitaba gafas entre los legajos del archivo histórico de Cádiz mientras hacia un trabajo de moderna. Esta formación clásica (de ahí que prefiera el nombre latino de Universitas Miguel Hernández) y mi particular teoría del conocimiento han hecho que hoy no me encuentre cómodo bajo la etiqueta de ninguna disciplina científica y declare mi insumisión a la ideología que las fundamenta, que haga militancia y escriba contra este modelo de áreas de conocimiento que las ha transformado en cortijos académicos que monopolizan el conocimiento y que lastran el sistema universitario de ciencia español. Pienso que las fronteras disciplinarias solo sirven para buscar refugio en la complicidad de los colegas y ocultar la mediocridad de los resultados. Y además considero que la antropología social no es ninguna disciplina científica y que afortunadamente no sirve para nada… de lo que sirven las cosas que sirven en la actualidad. En este sentido lo más que puedo afirmar es que la antropología social es una manera, como cualquiera otra, de contaminar el pensamiento. Me opongo a cualquier planteamiento esencialista de la realidad y rechazo la desolación teórica en la que nos ha sumido aquel posmodernismo que profesé cuando a finales de los ochenta anduve realizando un master en el Departamento de Antropología de la Universidad de Northwestern. Ufff… por todo esto, cuando me preguntan que a qué me dedico respondo: soy maestro, maestro de sociales.
Mi posición sobre el papel del conocimiento y, por extensión, sobre el papel de la universidad, se resume en este símbolo que me inventé una tarde charlando con un amigo y que utilizo con frecuencia ©/2. Es el símbolo de la Ley de Compartición de la Propiedad Intelectual que establece en su artículo primero y único que: «La producción intelectual nace con el propósito de ser compartida y, en consecuencia, puede ser reproducida por cualquier medio siempre que el usufructuario asegure la correcta utilización de la misma, no la comercialice, y mencione su procedencia y autoría«. Por cierto, sobre esta cuestión de la función y situación de la universidad española, sí he escrito algo que me gustaría publicar pronto. De momento solo puedo decir que el texto La libertad de cátedra universitaria en el actual orden de palabras y cosas. De la imposible entente entre ‘el que enseña’, ‘lo que se debe enseñar’ y ‘lo que se querría enseñar’ fue galardonado con el II Premio José Lledó y Antón sobre Libertad y Autonomía universitaria (2014) que concede la Oficina del Defensor Universitario de la Universitas Miguel Hernández. Ver reportaje en UMH-TV
En el ámbito de la investigación he mantenido una línea bastante homogénea en torno al estudio de todo lo que ocurre en los contextos turísticos, y que se resume muy bien en el nombre del grupo de investigación que coordino: Cultura, turismo y (cooperación al) desarrollo – CULTURDES. En la actualidad nos estamos moviendo hacia temáticas más propias de la neuroantropología y estamos trabajando, de manera transdisciplinar, sobre la construcción de sentido y significado, la memoria y la relación cultura-cerebro.
En el plano metodológico sigo a Pierre Bourdieu y reivindico la necesidad de oponer el rigor metodológico a la ilusión del saber inmediato, tan característico del frenesí informativo que hoy hegemoniza. Creo que la acción honesta ¡¡y no la búsqueda de la verdad o la objetividad!! debe ser el principal valor de aquellos que decimos que pensamos desde las humanidades y las ciencias sociales. Y lo pienso así porque considero que la honestidad en la investigación es el principal escudo y argumento que nos queda frente a la violencia simbólica que hoy se ejerce sobre la universidad española e internacional y su producción científica. En cualquier caso, si en la docencia lo fundamental es el respeto al estudiante y en la investigación la honestidad, frente a toda la presión que el actual capitalismo académico ejerce sobre nosotros debemos repetirnos continuamente que ‘cualquiera publica cualquier cosa’.
Esta última frase, de la que es autor mi maestro y amigo el profesor Antonio Mandly, antropólogo social, junto a la de «El movimiento se demuestra andando» (Diógenes de Sinope, filósofo) y «Si hay que ir se va… pero ir pa ná es tontería» (José Mota, humorista), son algunas de las que suelo repetirme durante mis muchos momentos de duda.
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