Antonio Miguel Nogués Pedregal

©/2 Antonio Miguel Nogués Pedregal (2009)

El proceso de Bolonia nos ofrece el laboratorio de experimentación perfecto para demostrar la validez de la hipótesis que defiendo: la organización académica en áreas de conocimiento no solo merma la calidad de la enseñanza sino que obstaculiza la movilidad del profesorado e impide la generación de buenos investigadores y pensadores y, en consecuencia, hunde aún más a la universidad pública española en ese fangal de mediocridad que, ahora también, mantendrá a la mayoría de nuestros egresados e investigadores mal preparados y peor pagados.

Analicemos por ejemplo el diseño de los nuovi planes de estudio; y pongo nuevos en italiano y en cursiva porque, ironías de la historia, tanto Bolonia como Lampedusa han resultado estar unidas por algo más que por su pertenencia a un mismo estado.

Mantengo que los planes de estudios más que adaptados a Bolonia, se están haciendo…alla bolognesa. Los nuevos planes se han convertido en un campo social, diría Bourdieu, en el que los distintos actores universitarios despliegan sus estrategias no como miembros de una comunidad universitaria en su conjunto, ni siquiera como miembros de una universidad concreta, sino como profesores y profesoras de un área de conocimiento: es decir, como afiliados que fueron acogidos en el seno de una disciplina (de nuevo, en ambas acepciones), y fueron formados para mantener el monopolio sobre el “objeto de estudio” lo que, por ende, aseguraba la reproducción académica del grupo.

Ciertamente, nadie puede ser tan iluso de pensar que esto iba a ocurrir de otro modo; y, quizás por eso, no hay que criticarlo. Porque es que de hecho, tampoco se puede esperar que otro tipo de organización o estructura organizativa no fuese a producir resultados similares. Lo que sí quiero plantear es que, otro sistema de organización del profesorado y de la docencia podría servir, al menos sobre el papel e incluso con sus defectos, para permitir que la universidad española (a) generase conocimiento competitivo, (b) mejorase la calidad de su enseñanza, (c) facilitase la movilidad del profesorado –cosa  impensable con este sistema, (d) privilegiara el pensamiento crítico y (e) la competitividad laboral de sus egresados quienes, a su vez, podrían obtener empleos de mejor cualificación que los que tienen ahora.

Dado que la tabulación en áreas de conocimiento ha provocado una vergonzante situación clientelar, así como un progresivo aislamiento disciplinario y un proceso de endoalimentación muy pernicioso, y dado que en la actualidad la producción de conocimiento pasa, no sólo por la interdisciplinariedad sino casi por la transdisciplinariedad, imaginemos por un momento que desaparecen las áreas de conocimiento. Nos encontraríamos pues que, por cuestiones de organización administrativa, tendríamos que adscribir al profesorado a alguna unidad. Pensemos a continuación que, por ejemplo, y en nuestra doble condición de docentes e investigadores, dicha unidad (llámese cátedra, departamento o grupo de investigación) tuviese algunas de las características de los actuales institutos de investigación; es decir, un personal cualificado que trabaja sobre una temática determinada, con capacidad de contratación y con cierta capacidad para la gestión financiera. Paralelamente, pensemos que existiese una estructura docente que agrupa a los estudiantes, como la que ya tenemos, con un responsable al frente (decano/a) y varios jefes de estudios (vice-) responsables de unos grados que se nutren del personal de estas unidades. O sea, un sistema que, en líneas generales y así descrito, no difiere mucho del que tenemos en la actualidad.

Sin embargo intuyo que hay una gran diferencia. Al desplazar el motivo de identificación grupal de la disciplina de origen a la temática de investigación, cabría esperar que, las posibles prácticas endogámicas que se generasen en el corto medio plazo, no mermasen los contenidos centrales de la investigación, puesto que ésta se vería enriquecida con las aportaciones de personal proveniente de diferentes procesos formativos. Mientras que en la actualidad casi la totalidad de los profesores de un área de conocimiento tienen una formación académica casi idéntica, en eso se basa la política de reclutamiento de hoy, en una nueva organización con unidades cuyo distintivo fuese la temática de estudio sería más fácil encontrar procesos interdisciplinares de generación de conocimiento. Es decir, y por poner un sencillo ejemplo, sería agrupar en una misma unidad organizativa (cátedra, departamento o grupo de investigación) no tanto a los que hubiesen estudiado empresariales, sino a aquellos profesores e investigadoras que trabajasen en cuestiones relacionadas con los procesos turísticos desde la antropología, la economía, la psicología, la estadística, la sociología, la historia, la arquitectura de paisajes…. Parece evidente que con este modelo, mucho más flexible y que fomenta la movilidad entre unidades, es más factible esperar investigaciones transdisciplinares (y por tanto más competitivas a nivel internacional) que en una estructura como la que tenemos donde los lazos de dependencia disciplinaria son irrompibles. Asimismo, tanto el reclutamiento como la promoción se haría no tanto en función de una trayectoria disciplinaria concreta, sino en función de la proyección investigadora del grupo y de las necesidades docente de cada grado dentro, por supuesto, del esquema general y de las posibilidades presupuestarias de cada universidad.

Porque vincular esta estructura de organización del personal universitario con la docencia, no debería resultar difícil. Con unas unidades especializadas en temáticas que, lógicamente y según la línea estratégica de cada universidad, deberían ser complementarias entre sí, es mucho más fácil construir grados distintivos y competitivos como urge Bolonia. De este modo, incluso cuando la endogamia volviese a instalarse en estas unidades pluridisciplinares, al menos los estudiantes seguirían recibiendo una docencia de calidad, ya que la endogamia no afectaría a los contenidos centrales del grado porque estos serían de manera independiente por los centros (facultades o escuelas). Cosa que no ocurre en la actualidad porque el diseño de los nuovi planes de estudio, se está realizando en muchas universidades en función de la distribución del poder académico y del profesorado de las distintas áreas de conocimiento, lo que repercute directa y negativamente en los contenidos centrales del grado. Podría hacerse de otra manera, quizás no. Pero no estaría mal intentarlo.

Hasta aquí un esbozo del planteamiento. Desde aquí, la obligación de «pensar contra las ideas» (que diría Agustín García Calvo), formular preguntas incisivas y proponer alternativas que, aunque no alteren el orden actual de las cosas, sí lo contaminen un poco.

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