Antonio Miguel Nogués Pedregal

©/2 Antonio Miguel Nogués Pedregal (2017)
Publicado en Eurogaceta, miércoles 1 de marzo de 2017

Kazimir Malevich 1918 Blanco sobre Blanco | Fuente http://dimetilsulfuro.christiangarciabello.es

Kazimir Malevich Blanco sobre Blanco 1918

Nada.

Ahora que las palabras ya no sirven solo queda un espacio lleno de silencio.

Han muerto los deícticos, las anáforas y las metáforas. Hasta el pleonasmo entra en contradicción consigo y se ha hecho innecesario. Recorrer la distancia entre la sinécdoque y la metonimia hace tiempo que no interesa a nadie.

Ahora que las palabras no sirven solo queda un espacio lleno de silencio.

No es el silencio cartujano que acerque a la contemplación, sino el de la paz de los muertos matados por el ruido. Un espacio lleno de silencio. Cascadas de notas y fonemas; cataratas de imágenes y palabras que no huelen. Es el silencio de un lenguaje de cartón que a nada refiere porque nada existe fuera de él. La hipérbole no mueve porque va descalza. Todo perdido de palabras que mueren antes de su locución. Y desaparecen.

Ahora que han muerto las palabras solo queda un espacio lleno de silencio.

No es un silencio que invite a la reflexión, más bien al contrario es un silencio que impide el discernimiento. Lleno de palabras y más palabras tan vacías y repetitivas como estas. «Todo perdido de palabras», Ángel Gabilondo dixit.

No es el silencio de la incomunicación al que cantaran Simon & Garfunkel, ni el silencio que anuncia la batalla, sino un torrente de silencio que solo refiere a la nada. Heráclito erró. Porque todo fluye a velocidad de vértigo, el tiempo se comprime en su fugacidad. Y ahoga tanto la sensación de que el agua del río se estancó. Queda la absoluta contingencia y muere el tiempo. Solo los cuerpos se avejentan.

Ahora que hemos matado a las palabras solo queda un espacio lleno de silencio.

Aunque el imperio es grande, el emperador está muy cerca. Todo ocurre aquí y ahora, entre tú y yo, en un secreto a la vista de todos. Todo se comprime y mueren los deícticos que nos ubicaron a ti y mí.

— ¿Es que acaso no puedes pedir pan si tienes hambre?
— Sí
— ¿Acaso no puedes pedir agua si tienes sed?
— Sí
— ¿Entonces?
— Pero… ¿y si quisiera hablar de todos los delfines del mundo?
— ¡Ves, otra de las incongruencias del lenguaje!

Ruido. Solo ruido y más ruido. Un ruido que ha roto su necesaria contingencia para ser absoluto. Un ruido que ha llenado todo el espacio de silencio. El Daesh dinamita la memoria. Trump es un mentiroso compulsivo y Rajoy un embustero. Engaño, engañas, engaña, engañamos, engañáis, engañan. No hay verificación de hechos que pueda contra la maledicencia del ruido. Aunque lleva siglos intentándolo, menos aún podría hoy el fraile huir de su mundanal presencia, ni de tanta «violencia neuronal» que colapsa al yo, Byung-Chul Han dixit. Porque la transparencia de las redes sociales es de naturaleza pornográfica, no política. El eterno repiqueteo de chismes que reverberan en un juego de espejos globales, desmaterializa la realidad y asesina la posibilidad de la verdad. Porque cuando las manipulaciones se manipulan, o cuando el cúmulo de manipulaciones se hace insoportable, no sólo desaparece el sentido de la realidad, sino su propia necesidad. Las redes sociales no realizan revelaciones que inviten a la transformación, estabilizan la aquiescencia que genera la seducción tecnológica. Tanta prisa, tanto ruido. Tanto ruido, tanta prisa.

No hay silencio para la reflexión.

No hay silencio para la.

No hay silencio para.

No hay silencio.

No hay.

No.

.

Apenas hay en Blanco sobre blanco (1918) un leve rastro de figuración, un leve toque de movimiento. Un blanco de plomo y un blanco de zinc que emanan más luz de la que incide sobre ellos (cf. Deborah García).

Recemos en silencio por las palabras, el diálogo y la confianza.

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